François Bondy y Cataluña en 1963

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Costa Brava. Lloret de Mar. 1963

Tuve una semana complicada, académicamente hablando. No se preocupen, estoy bien de salud. A veces es imposible combinar mi trabajo de profesor con la regularidad de mis columnas semanales. Sea como fuere, tuve que preparar con antelación mi artículo y opté por salirme de la agenda actual y contarles algo que descubrí en el archivo de la Universidad de Miami.

Leyendo el ejemplar del mes de marzo de 1963 (n.º 70) de la revista Cuadernos, que desde su fundación en 1951 dirigió Julián Gorkin, el dirigente del POUM que en el exilio se afilió al PSOE, y que en ese número fue sustituido como director por el escritor, periodista, político y diplomático colombiano Germán Arciniegas, topé con el artículo “Cataluña es algo más que una región”. Su autor, François Bondy, no era ningún desconocido para mí. Al contrario, puesto que él fue el fundador y editor de Preuves, una revista de cultura y política que, como Cuadernos, estuvo auspiciada por el Congreso por la Libertad de la Cultura, una gran plataforma intelectual en tiempos de la Guerra Fría, cuyo objetivo era difundir el pensamiento liberal-democrático y progresista en oposición al totalitarismo fascista y comunista.  

El artículo de Bondy es realmente sorprendente, pues demuestra tener un vasto conocimiento de la realidad catalana y española, nada frecuente entre los observadores extranjeros de la realidad peninsular. Antifranquista decidido, como se constata en este artículo, pero también en otros, centrados en España, incluidos en la colección que se publicó en 2005 bajo el título European Notebooks: New Societies and Old Politics, 1954-1985, con introducción de Melvin J. Lasky, antiguo director de Encounter, otra revista del entorno del Congreso. Para Bondy, Cataluña era en 1963 la región más próspera y dinámica de España, como venía siéndolo históricamente. La presenta como un crisol cultural y demográfico, con su propio idioma, tradiciones arraigadas y una economía en constante evolución, siendo así como, a su modo de ver, Cataluña se alzaba como “algo más” que una simple región dentro del mapa español. No la denomina nación porque, como para la mayoría de los pensadores como él, el nacionalismo era un tabú de mal recuerdo. Para ellos solo existían estados y regiones en un marco federal europeo. Sin embargo, con Cataluña a Bondy le ocurre algo similar a lo que observa en otras naciones que se encuentran encerradas en estados centralistas: son ese “algo más”, que encajaba mal en un contexto jacobino.

Las tensiones históricas con Madrid han dado como resultado que el progreso y liberalización de la economía de Cataluña ha ido menguando con el tiempo

Aunque no debería asombrarles, pues ustedes tienen el privilegio de observarlo hoy, el modelo económico que impuso en Cataluña el franquismo, en 1963, ya amenazaba con colapsar. El flujo turístico europeo hacia Cataluña, especialmente hacia la Costa Brava, reflejaba una tendencia creciente en la que la atracción de millones de visitantes cada año transformó el paisaje, urbanizándolo hasta tal punto que, al poco tiempo, quedó demostrado que era insostenible. Ya entonces ese auge turístico no estaba exento de críticas, pues la urbanización masiva, además de afear el paisaje, planteaba desafíos en términos de infraestructura, agua y sostenibilidad. Bondy resume la codicia de los especuladores y la demanda de construcción para extranjeros, reproduciendo un anuncio publicado en The Economist: “Cada cual puede tener su castillo en España”.

Ahí es cuando uno se pregunta por qué en 2024 estamos en las mismas, siguiendo la senda del crecimiento turístico, sin contar con las infraestructuras adecuadas ni con los recursos necesarios. El debate sobre la ampliación del aeropuerto de Barcelona o sobre la construcción del complejo lúdico turístico Hard Rock, no debería ser de carácter ideológico, ese “no a todo” tan en boga entre los conservadores de izquierdas, quienes, al igual que los curas, desean redimirnos de pecar dentro de un casino. La autorización o no de un macroproyecto como este debe sustentarse, en todo caso, en la racionalidad económica y la preservación del medioambiente para evitar convertir a Cataluña en un páramo similar al del mecanuscrito del segundo origen que describió magistralmente Manuel de Pedrolo. Como ya indicaba Bondy, en la década de los sesenta del siglo XX, la economía catalana destacaba por algo más que el turismo, en especial en sectores industriales clave, como el textil y la química, convirtiéndose en un motor económico para toda España. ¿Podría afirmarse hoy en día que Cataluña sigue siendo la fábrica de España, como la definió Pierre Vilar? Las tensiones históricas con Madrid han dado como resultado que el progreso y liberalización de la economía de Cataluña ha ido menguando con el tiempo, pues el expolio fiscal y la falta de inversiones del Estado han comprometido el impulso económico creado con una fuerza laboral altamente cualificada y una base industrial desarrollada y competitiva.

Bondy alude en su artículo a un estudio que afirma lo siguiente: “En 1955, 4.750 millones de pesetas fueron recaudados por el Estado, por la ‘vía ordinaria’ en la provincia de Barcelona, mientras que en este mismo año el Estado solo invirtió en ella mil millones”. Les resulta familiar, ¿verdad? Y no solamente era eso lo que ponía —y pone— en peligro la economía catalana, sino también que el gran retraso que sufrían los transportes constituía el gollete por donde se estrangulaba la economía de Cataluña, que, “contando solo con un octavo de la población total, suministraba la cuarta parte de los ingresos fiscales”. El corredor mediterráneo sigue siendo un proyecto y la construcción de la estación de la Sagrera avanza al mismo ritmo, o incluso menor, que la Sagrada Familia. La asfixia premeditada de la que hablaría con acierto Ramon Trias Fargas en 1985.

Aunque la represión del catalán haya sido una constante a lo largo de la historia, su supervivencia demuestra la tenacidad y el orgullo de un pueblo determinado a preservar a toda costa su herencia cultural

Lo que ha salvado a Cataluña de convertirse en lo que hoy es Occitania en Francia, es haber defendido su identidad y reclamar una autonomía política y cultural. El idioma, afirma sin dudar Bondy, lejos de ser simplemente un dialecto regional, ha desempeñado un papel crucial en la afirmación de la identidad nacional catalana. Es un idioma comparable a cualquier otro derivado del latín. Aunque la represión del catalán haya sido una constante a lo largo de la historia, su supervivencia demuestra la tenacidad y el orgullo de un pueblo determinado a preservar a toda costa su herencia cultural. Bondy no duda ni un minuto cuando afirma que esa persistencia en resistir a los embates de la destrucción, incluso estaban haciendo mella en el franquismo, que se veía obligado a aflojar los grilletes de la represión cultural y los intentos de “castellanización” forzada, permitiendo la edición de libros y revistas en catalán. Se nota la mano de los Manent, padre e hijo, personas que estuvieron en contacto con el Congreso por la Libertad de la Cultura, cuando Bondy habla de la importancia de Montserrat y de la revista Serra d’Or: “Hoy, Montserrat, un símbolo tanto espiritual como intelectual, encarna el renacimiento catalán y se erige en una fortaleza de la identidad catalana”. Podríamos oponer a esa tesis, aunque les pese a Bondy y a los Manent, que sin los comunistas catalanes ese renacimiento no hubiese existido. La historia es pertinaz y debe contarse de cabo a rabo.

Bondy hacía suya la tesis de Jaume Vicens Vives sobre que la evolución de Cataluña estuvo marcada por la dualidad entre el mar y la montaña, lo que moldeó su historia y su carácter. Desde la resistencia contra los sarracenos hasta la expansión imperial, Cataluña ha desempeñado un papel activo en la configuración de la península Ibérica, pero sin la emergencia de Barcelona, como la capital catalana y un centro intelectual vibrante, donde la cultura catalana subsistió a pesar de las restricciones y la censura impuestas, Cataluña no hubiera sido en 1963 “algo más que una región”. La lucha por la autonomía política, cultural y económica del catalanismo refleja lo que toda la gente informada sabe y Bondy reproduce: que “en un mundo cada vez más interconectado, Cataluña se presenta como un actor clave en la escena europea, con mucho que ofrecer tanto a España como al resto del continente”. Da escalofríos pensar que eso se escribió en 1963, después de la riada de setiembre de 1962, en plena dictadura franquista, aludiendo, además, al deseo de autodeterminación de los catalanes, arraigado en su pasado y su presente.

Es en el terreno de las predicciones cuando Bondy menos acierta. Auguraba que cuando se recobrase la libertad política, el primer partido de Cataluña sería el democratacristiano, parecido a lo que venía ocurriendo en la Europa de posguerra. El primero que vio que eso no sería así fue, precisamente, Jordi Pujol, que nunca militó en UDC, y optó por constituir un partido nacionalista con los democratacristianos en el papel de subalternos. El segundo yerro de Bondy fue creer que la solución federal resolvería casos como el catalán y así se podría taponar cualquier tentación separatista, que, en ese momento, no le parecía una gran amenaza. ¿Qué les voy a contar a ustedes que no sepan sobre la viabilidad del federalismo hoy? En eso estamos. El independentismo, aunque actúe dividido, es hoy mayoritario en Cataluña

Les pongo el enlace al artículo completo de Bondy para que los escépticos comprueben que no me invento nada. Lo hemos transcrito en el blog Nacionalitats & Política de la cátedra UB Josep Termes. Léanlo, les atrapará.

PS: La próxima semana retomaré la actualidad.

Publicado en elnacional.cat, 25/02/2024

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